☕️ Capitulo 1: Consejo de guerra

Nemequene no podía creer lo que le habían hecho. Los caciques de Zipaquirá, Guatavita y Ubaté habían asesinado a sus emisarios, que habían ido a ofrecerles la paz y la reconciliación. Habían cortado sus cabezas y las habían enviado de vuelta a Bacatá, como una burla y una provocación. Habían declarado la guerra al nuevo zipa y se habían aliado para derrocarlo.

Nemequene no podía tolerar semejante ofensa e insulto. No podía permitir que esos rebeldes desafiaran su autoridad y pusieran en peligro la unidad y la estabilidad del zipazgo. Tenía que castigarlos y someterlos, como había hecho su padre Tisquesusa con los caciques que se habían rebelado contra él.

Nemequene convocó a su consejo de guerra, formado por su sobrino y sucesor Tisquesusa, el sumo sacerdote Nompanen, el sacerdote de la luna Quincha, el cacique de Chía Nencatacoa, el cacique de Cajicá Quinchaqueba, el cacique de Sopó Sopocachi, el cacique de Tocancipá Tocancipa, el cacique de Funza Funzachica, el cacique de Mosquera Mosquerachica, el cacique de Facatativá Facatativa y el cacique de Suba Subachoque. Todos ellos eran sus aliados y leales, que le habían jurado fidelidad y le habían ofrecido sus tropas.

Nemequene les explicó la situación y les pidió su opinión sobre cómo actuar. Todos coincidieron en que había que marchar contra los rebeldes y aplastarlos. Sin embargo, hubo algunas diferencias sobre cuál era el mejor plan de acción.

- Yo creo que debemos atacar primero a Guatavita -dijo el cacique de Chía-. Es el más rico y poderoso de los tres rebeldes. Tiene muchas minas de oro y esmeraldas, que le dan recursos para financiar la guerra. Además, tiene el apoyo del pueblo muisca, que lo considera como el guardián del lago sagrado donde se realiza la ceremonia del dorado. Si logramos derrotar a Guatavita, los otros dos se rendirán o huirán.

- Yo creo que debemos atacar primero a Ubaté -dijo el cacique de Cajicá-. Es el más débil y vulnerable de los tres rebeldes. Su territorio está rodeado por los nuestros y no tiene salida al río Magdalena. Podemos cercarlo y asediarlo hasta que se rinda o se muera de hambre. Además, tiene el rencor del pueblo muisca, que lo acusa de haber traicionado a Bochica cuando lo expulsó del valle sagrado donde fundó el zipazgo.

- Yo creo que debemos atacar primero a Zipaquirá -dijo Nemequene-. Es el más audaz y peligroso de los tres rebeldes. Fue él quien inició la rebelión y quien cortó las cabezas de nuestros emisarios. Tiene un ejército numeroso y bien entrenado, que ha combatido contra los panches y los muzos. Además, tiene el respeto del pueblo muisca, que lo reconoce como el descendiente directo de Bochica por parte de madre. Si logramos derrotar a Zipaquirá, los otros dos se desanimarán o se unirán a nosotros.

Los demás caciques escucharon las opiniones de sus compañeros y expresaron sus propias preferencias. Al final, la mayoría apoyó la propuesta de Nemequene. El nuevo zipa agradeció el respaldo de sus aliados y les ordenó prepararse para la marcha.

- Mañana partiremos hacia Zipaquirá -anunció Nemequene-. Vamos a acabar con esta rebelión antes de que se extienda por todo el zipazgo. Vamos a demostrarles quién es el verdadero zipa de Bacatá.

Al día siguiente, Nemequene salió de Bacatá al frente de un ejército de cincuenta mil güechas, que eran los guerreros muiscas. Lo acompañaba su sobrino y sucesor Tisquesusa, quien era el general de los ejércitos del zipazgo. También lo acompañaban los caciques de Chía, Cajicá, Sopó, Tocancipá, Funza, Mosquera, Facatativá y Suba, con sus respectivas tropas. El sumo sacerdote Nompanen y el sacerdote de la luna Quincha se quedaron en Bacatá, para cuidar de los asuntos religiosos y administrativos.

Nemequene y su ejército avanzaron por el camino real que unía Bacatá con Zipaquirá. El camino estaba bordeado por campos de maíz, papas y quinua, que eran los principales cultivos de los muiscas. También había bohíos de paja y barro, donde vivían los campesinos y artesanos. El paisaje era verde y fértil, gracias al clima templado y a la abundancia de agua. El sol brillaba en el cielo azul, iluminando las montañas que rodeaban el altiplano.

Nemequene se sentía confiado y optimista. Estaba seguro de que su ejército era superior al de los rebeldes y que podía vencerlos fácilmente. No esperaba encontrar mucha resistencia en el camino. Pensaba que los rebeldes estarían atrincherados en Zipaquirá, esperando el asedio. Se equivocaba.

Cuando llegaron a la altura de Chía, se encontraron con una sorpresa desagradable. Los rebeldes habían tendido una emboscada en un estrecho paso entre dos colinas. Desde allí, lanzaron una lluvia de flechas, piedras y lanzas sobre el ejército de Nemequene, que no pudo reaccionar a tiempo. Muchos güechas cayeron muertos o heridos antes de poder defenderse. El caos y el pánico se apoderaron de las filas del zipa.

Nemequene se dio cuenta de que había caído en una trampa. Los rebeldes habían anticipado su movimiento y habían preparado una estrategia para sorprenderlo y debilitarlo. Nemequene maldijo su imprudencia y su arrogancia. Había subestimado a sus enemigos y había pagado un alto precio por ello.

Pero Nemequene no se dejó vencer por el desánimo ni por el miedo. Era un guerrero valiente y experimentado, que había combatido en muchas batallas junto a su padre y a su hermano. Sabía cómo reaccionar ante una situación adversa y cómo revertirla a su favor.

Nemequene ordenó a sus güechas que se reagruparan y que formaran un escudo humano con sus mantas y sus macanas, que eran unas armas hechas con madera y piedras afiladas. Así logró protegerse de los proyectiles enemigos y avanzar hacia las colinas. Luego ordenó a sus arqueros que dispararan contra los rebeldes desde la distancia, para hacerles bajar la guardia y reducir su número. Finalmente ordenó a sus lanceros que cargaran contra los rebeldes con sus lanzas de madera y hueso, para romper sus filas y hacerlos retroceder.

La batalla fue dura y sangrienta. Los rebeldes lucharon con fiereza y determinación, defendiendo su posición con uñas y dientes. Los güechas lucharon con valor y disciplina, siguiendo las órdenes de su zipa con lealtad y obediencia. Hubo muchos muertos y heridos por ambos bandos. Pero al final, la superioridad numérica y táctica del ejército de Nemequene se impuso sobre la astucia y el coraje del ejército rebelde.

Nemequene logró derrotar a los rebeldes en una batalla entre Chía y Cajicá. Los rebeldes que sobrevivieron huyeron hacia Zipaquirá, donde se refugiaron con el cacique rebelde. Nemequene los persiguió hasta su fortaleza, donde los cercó y los asedió.


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