☕️ capítulo 4: La resistencia al código.

No todos los sectores de la sociedad muisca estaban de acuerdo con el código de Nemequene, y lo consideraban una imposición arbitraria y tiránica. Entre ellos estaban los jeques o sacerdotes, que veían amenazada su autoridad religiosa y su libertad de culto; los comerciantes, que se sentían perjudicados por las restricciones y los impuestos que les imponía el zipa; y los guerreros, que se rebelaban contra las normas de disciplina y obediencia que les exigía el zipa. Estos sectores empezaron a conspirar contra Nemequene, buscando aliados entre los caciques descontentos o ambiciosos.

Los jeques eran los encargados de dirigir las ceremonias y los rituales religiosos de los muiscas. Eran respetados y venerados por el pueblo, que creía en su poder y en su sabiduría. Los jeques tenían una gran influencia sobre los caciques y los nobles, a quienes aconsejaban y guiaban en sus decisiones. Los jeques también eran los guardianes de las tradiciones y las costumbres ancestrales, que transmitían de generación en generación.

Los jeques no estaban conformes con el código de Nemequene, pues lo veían como una intromisión en sus asuntos sagrados. El código limitaba su libertad de culto, al prohibir la hechicería y la magia negra, que ellos practicaban para comunicarse con los dioses y con los espíritus. El código también les quitaba su autoridad, al someterlos al juicio y al castigo del zipa o del consejo supremo, si cometían algún delito o falta.

Los jeques se sentían ofendidos y humillados por el zipa, que los trataba como a simples súbditos, y no como a sus iguales o superiores. Los jeques pensaban que el zipa era un impío y un hereje, que quería usurpar el lugar de los dioses y de los ancestros. Los jeques empezaron a conspirar contra el zipa, tratando de socavar su poder y su prestigio. Los jeques usaron su influencia sobre el pueblo, para sembrar la duda y el descontento sobre el código de Nemequene. Los jeques también usaron su conocimiento sobre la naturaleza, para provocar fenómenos extraños o catastróficos, que interpretaron como señales de la ira divina contra el zipa.

Los comerciantes eran los encargados de intercambiar los productos y las riquezas de los muiscas. Eran hábiles y astutos negociantes, que viajaban por todo el territorio muisca y por otras regiones vecinas, como los panches, los muzos o los quimbayas. Los comerciantes traían consigo objetos valiosos o exóticos, como oro, esmeraldas, plumas, cacao o sal. Los comerciantes también traían consigo noticias e información sobre otros pueblos y culturas.

Los comerciantes no estaban conformes con el código de Nemequene, pues lo veían como una limitación a su actividad económica. El código les imponía restricciones y regulaciones sobre lo que podían comprar o vender, con quién podían comerciar o cómo debían hacerlo. El código también les exigía tributos e impuestos al zipa o a los caciques, que reducían sus ganancias y sus beneficios.

Los comerciantes se sentían explotados y oprimidos por el zipa, que los trataba como a simples vasallos, y no como a sus socios o colaboradores. Los comerciantes pensaban que el zipa era un codicioso y un avaro, que quería acaparar todo el oro y las esmeraldas del zipazgo. Los comerciantes empezaron a conspirar contra el zipa, tratando de evadir o engañar al código de Nemequene. Los comerciantes usaron su astucia y su habilidad para ocultar o falsificar sus productos, para sobornar o chantajear a los caciques o a los uzaques, para contrabandear o traficar con otros pueblos o culturas.

Los guerreros eran los encargados de defender el territorio y el honor de los muiscas. Eran valientes y orgullosos luchadores, que se entrenaban desde niños para el combate. Los guerreros formaban parte de los güechas, que eran las tropas de elite del zipazgo. Los guerreros se distinguían por sus armas y sus adornos, como las macanas, las lanzas, los escudos, las plumas, los collares o los brazaletes. Los guerreros también se distinguían por sus hazañas y sus trofeos, como las cabezas, las orejas, los dientes o las uñas de sus enemigos.

Los guerreros no estaban conformes con el código de Nemequene, pues lo veían como una restricción a su espíritu guerrero. El código les imponía normas de disciplina y obediencia al zipa o a los caciques, que debían seguir sin cuestionar ni desobedecer. El código también les prohibía ciertas prácticas o costumbres que ellos consideraban parte de su tradición y su honor, como el duelo, el saqueo, el canibalismo o el incesto.

Los guerreros se sentían menospreciados y sometidos por el zipa, que los trataba como a simples soldados, y no como a sus héroes o campeones. Los guerreros pensaban que el zipa era un cobarde y un déspota, que quería acaparar toda la gloria y el poder del zipazgo. Los guerreros empezaron a conspirar contra el zipa, tratando de desafiar o incumplir el código de Nemequene. Los guerreros usaron su valor y su orgullo para retar o desobedecer al zipa o a los caciques, para provocar o atacar a otros pueblos o culturas, para rebelarse o desertar de los güechas.

Estos eran algunos de los sectores que se resistían o se rebelaban contra el código de Nemequene, y que buscaban formas de escapar o de vengarse. Estos sectores no solo ponían en peligro la autoridad y la estabilidad del zipa, sino también la unidad y la armonía del zipazgo. Estos sectores también buscaban aliados entre los caciques descontentos o ambiciosos, que veían en el código de Nemequene una oportunidad para desafiar al zipa y para aumentar su poder y su prestigio.

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