☕️ Capitulo 2: La ceremonia


Nemequene llegó a la plaza principal de Bacatá, la capital del zipa Saguamanchica. Allí se había congregado una multitud de chibchas, que vestían sus mejores ropas y adornos. Había hombres, mujeres y niños, de todas las edades y condiciones. Había guerreros, sacerdotes, artesanos, comerciantes y campesinos. Todos habían venido a celebrar el solsticio de invierno, el día más corto y la noche más larga del año. Era una fecha sagrada para los chibchas, que creían que el sol era el padre de todos los seres vivos, y que debían honrarlo con ofrendas y rituales.

En el centro de la plaza, se alzaba un gran templo circular, hecho de piedra y madera. Era el templo del sol, el lugar más sagrado de los chibchas. Allí se guardaban las imágenes de los dioses, los tesoros del zipa y las cenizas de sus antepasados. Allí también se realizaban las ceremonias más importantes, como la coronación del zipa, el matrimonio de los nobles y el sacrificio de los prisioneros.

Nemequene entró al templo con respeto y reverencia. Allí se encontró con su primo Sagipa y su tío Michuá, que también habían sido invitados a la ceremonia. Sagipa era el hijo del hermano menor del zipa Saguamanchica, y Michuá era el hermano mayor del zipa. Los tres eran los candidatos más fuertes para suceder al zipa, que ya estaba viejo y enfermo. Los tres se saludaron con falsa cortesía, pero se miraron con recelo.

- Buen día, primo -le dijo Sagipa a Nemequene-. Qué bueno verte por aquí. ¿Has venido a pedirle al sol que te ilumine el camino?

- Buen día, primo -le respondió Nemequene-. Sí, he venido a pedirle al sol que me ilumine el camino. Y también a ver si me concede un favor.

- ¿Qué favor? -preguntó Sagipa, con curiosidad.

- Que te quite la ambición de tu corazón -le dijo Nemequene-. Así podrás aceptar con humildad que yo soy el heredero legítimo del zipa.

- ¡Ja! -se burló Sagipa-. Eso es lo que tú quisieras. Pero sabes muy bien que yo soy el heredero legítimo del zipa. Yo soy el hijo de su hermano, y tú solo eres el hijo de su hermana.

- Eso no importa -replicó Nemequene-. Lo que importa es que yo soy el hijo de su hermana mayor, y tú eres el hijo de su hermano menor. Por eso yo tengo más derecho que tú.

- Eso es una tontería -dijo Sagipa-. Lo que importa es quién tiene más valor, más sabiduría y más apoyo. Y eso lo tengo yo.

- No seas tan arrogante -le advirtió Nemequene-. No te confíes tanto de tu valor, tu sabiduría y tu apoyo. Puede que te fallen cuando menos lo esperes.

- No seas tan envidioso -le retó Sagipa-. No te muerdas la lengua por lo que no puedes tener. Puede que te arrepientas cuando sea demasiado tarde.

Los dos primos se miraron con odio, y estuvieron a punto de pelearse. Pero fueron interrumpidos por su tío Michuá, que se acercó a ellos con una sonrisa falsa.

- Buen día, sobrinos -les dijo Michuá-. Qué alegría verlos tan animados. ¿De qué están hablando?

- De nada importante, tío -le dijo Nemequene-. Solo estamos bromeando un poco.

- Sí, tío -le dijo Sagipa-. Solo estamos bromeando un poco.

Michuá los miró con desconfianza, pero no dijo nada. Él sabía muy bien lo que estaban haciendo sus sobrinos: estaban disputándose por el trono del zipa. Y él también quería ese trono. Él era el hermano mayor del zipa, y se consideraba el más sabio y el más experimentado de los tres. Pero también sabía que tenía menos posibilidades que sus sobrinos, porque era el hermano del zipa, y no el hijo de su hermana. Por eso, tenía que ser más astuto y más cauteloso que ellos. Tenía que esperar el momento oportuno para actuar.

- Bueno, sobrinos -les dijo Michuá-. Ya es hora de que comience la ceremonia. Vamos a tomar nuestros lugares.

- Sí, tío -le dijeron Nemequene y Sagipa.

Los tres se dirigieron al lugar donde se sentaban los nobles y los caciques chibchas. Allí se encontraban los representantes de los diferentes pueblos que formaban la confederación chibcha, como los guanes, los laches, los tunebos, los muzos y los guayupes. Todos ellos reconocían la autoridad del zipa, pero también tenían sus propios intereses y ambiciones.

Nemequene se sentó en un asiento de honor, junto al zipa Saguamanchica. El zipa era un hombre anciano y débil, que apenas podía mantenerse en pie. Tenía el cabello cano y la piel arrugada, y le faltaban varios dientes. Su mirada era apagada y triste, y su voz era ronca y temblorosa. Nemequene lo miró con respeto y compasión. Él era su tío y su mentor, y le debía mucho. Pero también sabía que su tiempo se acababa, y que pronto tendría que dejar el trono.

- Buen día, sobrino -le dijo el zipa a Nemequene-. Qué bueno verte por aquí. ¿Has venido a pedirle al sol que te bendiga?

- Buen día, tío -le respondió Nemequene-. Sí, he venido a pedirle al sol que me bendiga. Y también a ver si me concede un favor.

- ¿Qué favor? -preguntó el zipa, con interés.

- Que me elija como su sucesor -le dijo Nemequene-. Así podré continuar con su obra y su legado.

El zipa sonrió con ternura, y le acarició la cabeza a Nemequene.

- Eres un buen muchacho, sobrino -le dijo el zipa-. Y tienes muchas cualidades para ser un buen zipa. Pero no eres el único que quiere ese favor. También lo quieren tu primo Sagipa y tu tío Michuá. Y puede que haya otros que lo quieran también.

- Lo sé, tío -le dijo Nemequene-. Pero yo soy el mejor de todos ellos. Yo soy el más fiel, el más valiente y el más justo. Yo soy el que más te quiere y te respeta.

- Eso es lo que tú crees, sobrino -le dijo el zipa-. Pero puede que no sea lo que piensen los demás. Puede que no sea lo que piense el sol.

Nemequene se quedó callado, sin saber qué decir. El zipa tenía razón: no bastaba con querer ser el zipa. Había que merecerlo, y demostrarlo. Había que ganarse el favor del sol, y el apoyo de los caciques. Había que vencer a los rivales, y evitar las traiciones. Había que estar preparado para todo.

- No te preocupes, sobrino -le dijo el zipa-. Pronto sabrás la voluntad del sol. Pronto sabrás quién será el próximo zipa.

Y entonces, comenzó la ceremonia.

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