☕️ Capítulo 2: Adulis
Después de salir de la tienda de Demetrio, Zosimos y Abraha se dirigieron al puerto de Adulis, donde estaba anclado el barco de Abraha. Era un barco grande y robusto, con una vela triangular y un mástil central. Tenía una proa curvada y una popa elevada. Estaba pintado de blanco y rojo, con el nombre de "Nereida" escrito en letras griegas.
- Este es mi barco, Zosimos -dijo Abraha con orgullo-. Lo compré hace dos años en Alejandría, la ciudad más grande y hermosa del mundo. Es el mejor barco que hay en el mar Rojo. Puede navegar contra el viento y las olas, puede resistir las tormentas y los ataques, puede transportar muchas personas y mercancías. Es mi tesoro y mi hogar.
- Es un barco impresionante, Abraha -dijo Zosimos con admiración-. Nunca había visto uno igual.
- Pues prepárate para ver muchos más, Zosimos -dijo Abraha con entusiasmo-. En nuestro viaje veremos barcos de todas las formas y tamaños, de todas las naciones y culturas. Veremos barcos griegos y romanos, árabes y persas, indios y chinos... Veremos barcos que parecen palacios flotantes, barcos que parecen monstruos marinos, barcos que parecen pájaros voladores... Veremos barcos que te dejarán sin aliento.
- No puedo esperar a verlos, Abraha -dijo Zosimos con ilusión.
Los dos subieron al barco y fueron recibidos por la tripulación, formada por unos veinte hombres de diferentes orígenes y lenguas. Había griegos, romanos, egipcios, nubios, árabes, persas, indios... Todos ellos eran expertos marineros que habían navegado con Abraha por el mar Rojo y el océano Índico. Todos ellos eran amigos leales que habían compartido con Abraha aventuras y peligros.
- Estos son mis hombres, Zosimos -dijo Abraha con afecto-. Ellos son mi familia en el mar. Ellos te ayudarán y te enseñarán todo lo que necesites saber sobre la navegación. Ellos te tratarán como a uno más.
- Me alegro de conocerlos -dijo Zosimos con cortesía.
Los hombres saludaron a Zosimos con simpatía y curiosidad. Algunos le dieron la bienvenida en su lengua materna, otros le hicieron bromas sobre su aspecto o su origen, otros le preguntaron sobre su experiencia o sus expectativas. Zosimos se sintió acogido y agradecido.
Abraha le mostró a Zosimos su camarote, donde había una cama, una mesa, una silla, un armario y una ventana. Era un espacio pequeño pero cómodo.
- Este es tu camarote, Zosimos -dijo Abraha con generosidad-. Aquí podrás descansar y guardar tus cosas. Aquí podrás tener tu intimidad y tu tranquilidad.
- Gracias, Abraha -dijo Zosimos con gratitud-. Es muy amable de tu parte.
- No hay de qué, Zosimos -dijo Abraha con amistad-. Eres mi socio y mi invitado. Quiero que te sientas como en casa.
Zosimos dejó su bolsa en el camarote y salió a la cubierta con Abraha. Desde allí podía ver el puerto de Adulis y la ciudad que lo rodeaba.
Adulis era el puerto más importante del reino de Aksum y uno de los más importantes del mar Rojo. Allí llegaban y salían barcos de todas partes del mundo, cargados de productos diversos: oro, plata, cobre, hierro, estaño, plomo; marfil, cuerno, piel, plumas; incienso, mirra, especias; seda, algodón, lana; vino, aceite, miel; trigo, cebada, dátiles; perlas, coral; esmeraldas; libros; esclavos...
Adulis era también el centro del comercio entre el interior y el exterior de África. Allí se encontraban los mercaderes aksumitas con los mercaderes de otras regiones africanas: los etíopes, los somalíes, los bantúes, los nubios, los sudaneses... Allí se intercambiaban productos locales: café, té, chocolate, tabaco; madera, bambú, caña; frutas, verduras, flores; ganado, aves, pescado; cera, goma; sal...
Adulis era también un lugar de encuentro entre diferentes culturas y religiones. Allí convivían personas de distintas razas y lenguas: negros, blancos, amarillos; ge'ez, griego, latín, árabe, persa, indio, chino... Allí coexistían personas de distintas creencias y ritos: cristianos, judíos, paganos, zoroastrianos, budistas...
Adulis era una ciudad cosmopolita y vibrante, llena de vida y movimiento. Era una ciudad rica y poderosa, llena de arte y conocimiento. Era una ciudad fascinante y misteriosa, llena de secretos y leyendas.
Zosimos quedó maravillado al ver Adulis. Nunca había visto una ciudad tan grande y tan diversa. Nunca había visto una ciudad tan bella y tan sorprendente.
- Esta es Adulis, Zosimos -dijo Abraha con admiración-. La perla del mar Rojo. La puerta de África. La ciudad de las mil maravillas.
- Es increíble, Abraha -dijo Zosimos con asombro-. No puedo creer lo que veo.
- Pues prepárate para ver más, Zosimos -dijo Abraha con entusiasmo-. Vamos a bajar a tierra y a recorrer la ciudad. Vamos a comprar provisiones y mercancías para nuestro viaje. Vamos a conocer gente interesante y a vivir experiencias inolvidables.
- Vamos, Abraha -dijo Zosimos con ilusión-. No puedo esperar a ver más.
Los dos bajaron del barco y se dirigieron al muelle, donde había un gran bullicio de gente y animales. Había vendedores que ofrecían sus productos a gritos, compradores que regateaban los precios con astucia, cargadores que transportaban las mercancías con esfuerzo, guardias que vigilaban el orden con autoridad. Había camellos que llevaban pesadas cargas sobre sus jorobas, burros que rebuznaban con impaciencia, perros que ladraban con agresividad. Había olores de todo tipo: dulces, salados, picantes, amargos... Había colores de todo tipo: rojos, azules, verdes, amarillos...
Zosimos se sintió abrumado por el caos y la confusión. No sabía por dónde ir ni qué hacer. Se aferró al brazo de Abraha y lo siguió como un niño.
Abraha se abrió paso entre la multitud con soltura y seguridad. Saludaba a algunos conocidos con cordialidad y evitaba a otros con discreción. Sabía dónde encontrar lo que buscaba y cómo conseguirlo al mejor precio. Era un hombre respetado y temido en el puerto.
- ¿Qué necesitamos comprar para nuestro viaje? -preguntó Zosimos con curiosidad.
- Necesitamos comprar comida y agua para nosotros y para la tripulación -respondió Abraha con pragmatismo-. Necesitamos comprar telas y especias para venderlas en otros puertos -añadió con ambición-. Y necesitamos comprar algo más -concluyó con misterio.
- ¿Qué más necesitamos comprar? -insistió Zosimos con intriga.
- Ya lo verás -dijo Abraha con una sonrisa enigmática.
Abraha llevó a Zosimos a varios puestos y tiendas donde compró diversos productos: pan, queso, aceitunas, dátiles; carne seca, pescado salado; agua fresca; seda de China e India; algodón de Egipto; pimienta de Arabia e India; canela de Ceilán; clavo de las islas Molucas...
Zosimos observaba todo con interés y asombro. Le gustaba ver la variedad de productos y la habilidad de los comerciantes. Le gustaba aprender cosas nuevas y hacer preguntas. Le gustaba sentirse parte de ese mundo.
Después de comprar todo lo necesario, Abraha le dijo a Zosimos que lo siguiera a otro lugar.
- ¿A dónde vamos ahora? -preguntó Zosimos con curiosidad.
- Vamos al mercado de esclavos -respondió Abraha con seriedad.
- ¿Al mercado de esclavos? -repitió Zosimos con sorpresa-. ¿Para qué?
- Para comprar una esclava -dijo Abraha con naturalidad.
- ¿Para comprar una esclava? -repitió Zosimos con incredulidad-. ¿Por qué?
- Porque nos será útil para nuestro viaje -explicó Abraha con paciencia-. Necesitamos una esclava que hable varias lenguas y que nos sirva de guía e intérprete en los lugares que visitemos. También necesitamos una esclava que nos ayude con las tareas domésticas y que nos haga compañía. Y también necesitamos una esclava que sea bonita y que nos dé placer.
Zosimos se quedó sin palabras. No sabía qué pensar ni qué decir. Le parecía extraño y cruel comprar una persona como si fuera una cosa. Le parecía injusto y triste someter a una persona a la esclavitud. Le parecía raro y vergonzoso usar a una persona para el sexo.
Pero también le parecía normal y lógico hacer lo que hacían todos los demás. Le parecía práctico y conveniente tener una persona que les facilitara el viaje. Le parecía agradable y divertido tener una persona que les hiciera feliz.
- ¿Qué tipo de esclava quieres comprar? -preguntó Zosimos con indecisión.
- Quiero comprar una esclava egipcia -dijo Abraha con decisión.
- ¿Una esclava egipcia? -preguntó Zosimos con interés.
- Sí, una esclava egipcia -confirmó Abraha con entusiasmo-. Las esclavas egipcias son las mejores. Son inteligentes, cultas, educadas. Hablan griego, latín, copto, árabe, ge'ez... Conocen la historia, la geografía, la astronomía, la matemática... Son hábiles, limpias, ordenadas. Saben cocinar, coser, tejer, bordar... Son hermosas, sensuales, cariñosas. Tienen el cabello negro, los ojos grandes, la piel suave... Son un lujo y un deleite.
Zosimos se sintió intrigado y tentado por la descripción de Abraha. Quería ver a una esclava egipcia. Quería conocer a una esclava egipcia. Quería tener a una esclava egipcia.
- Vamos a verlas, Abraha -dijo Zosimos con impaciencia.
- Vamos, Zosimos -dijo Abraha con satisfacción.
Los dos se dirigieron al mercado de esclavos, donde había un gran número de personas encadenadas y desnudas, expuestas al público como mercancías. Había hombres y mujeres, niños y niñas, de todas las edades y razas. Había negros de África central y occidental; blancos de Europa y Asia; amarillos de India y China; mestizos de todas las mezclas posibles... Había cristianos, judíos, paganos, zoroastrianos, budistas... Había soldados capturados en las guerras; campesinos arrancados de sus tierras; artesanos despojados de sus oficios; nobles desposeídos de sus títulos; prisioneros condenados por sus crímenes; inocentes vendidos por sus familias...
El mercado de esclavos era el lugar más triste y cruel de la ciudad. Allí se podía ver el sufrimiento y la humillación de los seres humanos reducidos a objetos. Allí se podía oír el llanto y el lamento de los seres humanos privados de su libertad. Allí se podía sentir el miedo y el odio de los seres humanos sometidos a la violencia.
Zosimos se sintió horrorizado y compadecido al ver el mercado de esclavos. Nunca había visto una escena tan terrible y desgarradora. Nunca había visto a personas tan desgraciadas y desesperadas.
- ¿Cómo puedes comprar una persona, Abraha? -preguntó Zosimos con angustia.
- Es fácil, Zosimos -respondió Abraha con indiferencia-. Solo tienes que elegir la que más te guste y pagar el precio que te pidan. No hay nada de malo en ello. Es un negocio como cualquier otro.
- Pero es una persona, Abraha -insistió Zosimos con pena-. Tiene sentimientos, pensamientos, sueños... Tiene una vida, una familia, una historia... ¿No te da pena quitarle todo eso?
- No, no me da pena -dijo Abraha con frialdad-. Es una esclava, Zosimos. No tiene nada de eso. Solo tiene un dueño, un trabajo, un destino. No tiene derecho a nada más. No tiene más valor que una cosa.
Zosimos se quedó callado. No podía entender la actitud de Abraha. No podía compartir su visión de las cosas. No podía aceptar su forma de actuar.
Pero tampoco podía contradecirlo. No podía cuestionar su autoridad. No podía rechazar su oferta.
- ¿Dónde están las esclavas egipcias? -preguntó Zosimos con resignación.
- Están allí -dijo Abraha señalando a un grupo de mujeres que estaban en un rincón del mercado-. Vamos a verlas.
Los dos se acercaron a las esclavas egipcias y las examinaron con atención. Eran unas diez mujeres de diferentes edades y aspectos. Algunas eran jóvenes y bellas, otras eran maduras y feas. Algunas eran altas y delgadas, otras eran bajas y gordas. Algunas eran morenas y rizadas, otras eran rubias y lisas. Todas estaban desnudas y encadenadas. Todas estaban tristes y asustadas.
Abraha miró a las esclavas egipcias con interés y deseo. Buscaba la que más le gustara y le conviniera. Buscaba la que fuera inteligente, culta, educada; hábil, limpia, ordenada; hermosa, sensual, cariñosa...
Zosimos miró a las esclavas egipcias con curiosidad y compasión. Sentía pena por ellas y quería ayudarlas. Sentía atracción por ellas y quería poseerlas...
De repente, sus ojos se fijaron en una de ellas. Era una mujer joven, de unos dieciocho años. Tenía el cabello negro y largo, recogido en una coleta. Tenía los ojos negros y grandes, con largas pestañas. Tenía la nariz recta y los labios rojos. Tenía la piel morena y suave, sin ninguna marca ni cicatriz. Tenía el cuerpo esbelto y firme, con unos pechos redondos y unos muslos torneados. Era la mujer más hermosa que había visto en su vida.
Zosimos se quedó hipnotizado por ella. No podía apartar la mirada de ella. No podía pensar en otra cosa que en ella.
Ella también lo miró a él. Lo miró con curiosidad y esperanza. Lo miró con dulzura y ternura. Lo miró con amor.
Zosimos sintió algo que nunca había sentido antes. Sintió que su corazón latía más rápido y más fuerte. Sintió que su sangre se calentaba y se agitaba. Sintió que su alma se llenaba de luz y de alegría.
Zosimos supo en ese momento que estaba enamorado de ella.
- ¿Qué te parece esta? -preguntó Abraha señalando a otra esclava egipcia que estaba al lado de la que le gustaba a Zosimos-. Es bonita y parece inteligente.
- No, no me gusta -dijo Zosimos sin mirarla-. Yo quiero esta -dijo señalando a la que le gustaba.
Abraha siguió su dedo y vio a la mujer que había cautivado a Zosimos.
- Ah, veo que tienes buen gusto -dijo Abraha con una sonrisa maliciosa-. Es la mejor de todas. Es una joya.
- Sí, es una joya -repitió Zosimos con admiración.
- Pero también es la más cara -advirtió Abraha con cautela-. Su dueño pide por ella cien monedas de oro.
- No me importa el precio -dijo Zosimos con determinación-. Yo la quiero.
- Está bien, está bien -dijo Abraha con resignación-. Si la quieres, la tendrás. Pero tendrás que pagarla tú. Yo no te la regalo.
- Está bien, está bien -dijo Zosimos con impaciencia-. Yo la pagaré. Vamos a hablar con su dueño.
Los dos se acercaron al dueño de la esclava egipcia, un hombre gordo y calvo que vestía una túnica púrpura y llevaba un anillo de oro en cada dedo. Era un comerciante árabe que se dedicaba a la trata de esclavos. Era un hombre cruel y codicioso que no tenía escrúpulos ni compasión.
- Salam aleikum, amigo -lo saludó Abraha con falsa cordialidad.
- Aleikum salam, amigo -respondió el comerciante con falsa amabilidad.
- Veo que tienes una buena mercancía -dijo Abraha con falsa admiración.
- Sí, tengo la mejor mercancía -dijo el comerciante con falsa modestia.
- Me interesa esta esclava egipcia -dijo Abraha señalando a la mujer que le gustaba a Zosimos-. ¿Cuánto pides por ella?
- Pido cien monedas de oro por ella -dijo el comerciante sin titubear.
- Cien monedas de oro -repitió Abraha con fingida sorpresa-. Es mucho dinero.
- Es poco dinero para lo que vale -dijo el comerciante sin dudar-. Es una esclava única. Es inteligente, culta, educada. Habla varias lenguas y conoce varios países. Es hábil, limpia, ordenada. Es hermosa, sensual, cariñosa. Es una joya.
- Es una joya -repitió Zosimos con verdadera fascinación.
- ¿La quieres? -preguntó el comerciante con verdadera astucia.
- La quiero -respondió Zosimos con verdadera pasión.
- Pues paga cien monedas de oro y será tuya -dijo el comerciante con verdadera satisfacción.
Zosimos sacó de su bolsa cien monedas de oro y se las entregó al comerciante sin pensarlo dos veces. El comerciante las contó y las guardó con rapidez. Luego le quitó las cadenas a la esclava egipcia y se las dio a Zosimos.
- Aquí tienes tu esclava -dijo el comerciante con una sonrisa malvada-. Que la disfrutes.
Zosimos tomó las cadenas y las soltó al suelo. Luego tomó la mano de la esclava egipcia y la acercó a su pecho. Ella lo miró con agradecimiento y emoción. Él le sonrió con ternura y alegría.
- ¿Cómo te llamas? -le preguntó Zosimos en griego, la lengua que hablaban los dos.
- Me llamo Nefertiti -le respondió ella en griego, con una voz dulce y melodiosa.
- Nefertiti -repitió Zosimos, saboreando el nombre-. Es un nombre precioso. Significa "la bella ha llegado".
- Sí, eso significa -confirmó ella, sonrojándose.
- Pues yo creo que eres la más bella de todas -le dijo Zosimos, acariciándole el rostro.
- Y yo creo que eres el más bueno de todos -le dijo ella, abrazándolo fuerte.
Los dos se miraron a los ojos y se besaron en los labios. Se olvidaron del mundo y solo se sintieron el uno al otro.
Abraha los observó con una mezcla de envidia y compasión. Sabía que se habían enamorado. Sabía que se habían ilusionado. Sabía que se habían equivocado.
Abraha sabía que el amor era un sentimiento peligroso y efímero. Sabía que el amor podía traer felicidad y dolor. Sabía que el amor podía ser una bendición y una maldición.
Abraha sabía que el amor no era para él. Abraha solo amaba el mar y la aventura. Abraha solo buscaba el conocimiento y la riqueza. Abraha solo se quería a sí mismo.
Abraha se acercó a los enamorados y los interrumpió con una voz autoritaria.
- Vamos, Zosimos, Nefertiti -les dijo con impaciencia-. No tenemos tiempo para perder. Tenemos que volver al barco y zarpar. Tenemos que seguir nuestro viaje.
- ¿Nuestro viaje? -preguntó Zosimos con confusión.
- Sí, nuestro viaje -repitió Abraha con firmeza-. No te olvides de que eres mi socio y de que tenemos un acuerdo. No te olvides de que vamos a navegar por el mar Rojo y el océano Índico, hasta llegar a las islas del sur, donde se dice que hay un paraíso terrenal. No te olvides de que vamos a buscar conocimiento y riqueza.
- No, no me olvido -dijo Zosimos con resignación.
- Pues entonces, vamos -dijo Abraha con urgencia.
Los tres se dirigieron al barco de Abraha, donde los esperaba la tripulación. Subieron a bordo y se prepararon para zarpar. El barco se desprendió del muelle y se alejó del puerto. El barco dejó atrás Adulis y se adentró en el mar.
Zosimos miró el horizonte con expectación y nerviosismo. No sabía qué le depararía el futuro. No sabía si su sueño se haría realidad o se convertiría en una pesadilla.
Nefertiti miró a Zosimos con devoción y confianza. No le importaba el futuro. Solo le importaba el presente. Solo le importaba estar con él.
Abraha miró el mar con ambición y determinación. Tenía un plan para el futuro.
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