☕️ capitulo 1: La asamblea
Nemequene estaba sentado en su trono de madera tallada, cubierto con pieles de jaguar y adornado con plumas y oro. A su lado estaba Guecha, su esposa y reina, que lucía un vestido de algodón blanco y un collar de esmeraldas. Frente a ellos se encontraban los caciques de las provincias que habían jurado lealtad al zipa, vestidos con sus mejores atuendos y portando sus insignias de mando. Detrás de ellos se hallaban los sacerdotes, los orfebres, los médicos y los astrólogos, que representaban a las diferentes artes y ciencias del zipazgo. Todos estaban reunidos en el gran salón del palacio de Bacatá, donde se celebraba una asamblea extraordinaria.
Nemequene se levantó y habló con voz firme y clara:
- Queridos hermanos, os he convocado hoy para comunicaros una decisión trascendental para el futuro de nuestro pueblo. Como sabéis, desde que asumí el trono he dedicado mi vida a defender y expandir nuestro territorio, a someter a nuestros enemigos y a asegurar la paz y la prosperidad de nuestros súbditos. Pero no solo he sido un guerrero, sino también un legislador. He estudiado las antiguas tradiciones de nuestros ancestros, las enseñanzas de los profetas Bochica y Nompanen, y las costumbres de los pueblos vecinos. He consultado a los sabios, a los ancianos y a los dioses. Y he llegado a la conclusión de que nuestro zipazgo necesita un código de leyes que regule el orden social, político y militar de nuestra nación.
Los presentes escucharon con atención y curiosidad las palabras del zipa. Algunos asintieron con la cabeza, otros fruncieron el ceño, otros se miraron entre sí con duda o sorpresa.
- ¿Qué es un código de leyes? - preguntó el cacique de Chía, uno de los más cercanos al zipa.
- Un código de leyes es un conjunto de normas escritas que establecen los derechos y deberes de todos los habitantes del zipazgo, así como los castigos para quienes las infrinjan - respondió Nemequene.
- ¿Escritas? - repitió el cacique Tocaime de Tocaima, uno de los más recelosos al zipa.
- Sí, escritas - confirmó Nemequene - He ordenado a los orfebres que graben en láminas de oro las leyes que he dictado. Estas láminas se guardarán en el templo del sol, bajo la custodia de los sacerdotes. Así se preservarán para la posteridad y se podrán consultar en caso de duda o conflicto.
- ¿Y quién ha dictado esas leyes? - inquirió el cacique Quinchaqueba de Chiquinquirá, uno de los más ambiciosos al zipa.
- Yo mismo las he dictado - afirmó Nemequene - Con la ayuda de Bochica y Nompanen.
Los presentes se sobresaltaron al oír el nombre de los profetas muiscas. Bochica era el mensajero del dios supremo Chiminigagua, que había enseñado a los muiscas la agricultura, la alfarería, el tejido y el calendario. Nompanen era el hijo de Bochica y la diosa Bachué, que había instruido a los muiscas en la guerra, la política y la justicia.
- ¿Cómo es posible que hayas hablado con Bochica y Nompanen? - preguntó el cacique Nencatacoa de Nemocón, uno de los más incrédulos al zipa.
- Los he visto en sueños - reveló Nemequene - Me han visitado varias veces durante mis noches de ayuno y meditación. Me han mostrado su voluntad y me han guiado en la elaboración del código.
- ¿Qué te han dicho? - preguntó el cacique Tisquesusa de Cota, sobrino y heredero del zipa.
- Me han dicho que nuestro pueblo necesita un orden basado en la razón y la equidad, que respete la diversidad y la armonía de la naturaleza, que promueva el bien común y la solidaridad, que prevenga la violencia y la corrupción, que proteja a los débiles y castigue a los malvados. Me han dicho que ese es el camino para alcanzar la felicidad y la gloria, tanto en esta vida como en la otra.
- ¿Y cómo es ese código? - preguntó el cacique Tocarema de Facatativá, uno de los más leales al zipa.
- El código se divide en cuatro partes - explicó Nemequene - La primera parte trata sobre los delitos y las penas. Define los actos que se consideran criminales, como el homicidio, el hurto, el adulterio, el incesto y la sodomía. También establece los castigos para cada delito, que van desde el pago de una multa hasta la muerte por empalamiento. La segunda parte trata sobre el matrimonio y la familia. Regula las condiciones para contraer matrimonio, los derechos y deberes de los esposos, las causas y efectos del divorcio, las normas de herencia y adopción, y las prohibiciones de parentesco. La tercera parte trata sobre las clases sociales y los oficios. Reconoce la existencia de cuatro clases sociales: los nobles, los plebeyos, los esclavos y los extranjeros. Determina los derechos y deberes de cada clase, así como las formas de ascenso o descenso social. También reconoce la existencia de diversos oficios: los guerreros, los sacerdotes, los orfebres, los médicos y los astrólogos. Establece las funciones y obligaciones de cada oficio, así como las formas de ingreso o salida del mismo. La cuarta parte trata sobre las tributaciones y las guerras. Fija las cantidades y frecuencias de los tributos que deben pagar los caciques al zipa, en forma de oro, esmeraldas, mantas, alimentos o servicios. También fija las condiciones y procedimientos para declarar o terminar una guerra, así como las reglas de conducta durante la misma.
Nemequene hizo una pausa y miró a su alrededor. Los presentes estaban asombrados e impresionados por la extensión y profundidad del código.
- Este es el código que he creado para nuestro pueblo - concluyó Nemequene - Un código que refleja nuestra identidad y nuestra historia, nuestra sabiduría y nuestra fe, nuestra fuerza y nuestra justicia. Un código que nos hará más unidos y más respetados, más libres y más felices. Un código que nos dará la bendición de Bochica y Nompanen, de Chiminigagua y Bachué, del sol y la luna, del cielo y la tierra.
Nemequene se sentó en su trono y esperó una reacción. Los presentes guardaron silencio por unos instantes. Luego se levantaron y aplaudieron con entusiasmo. Todos aceptaron el código del jaguar como la ley suprema del zipazgo.
Todos menos cuatro: el cacique Tocaime de Tocaima, el cacique Quinchaqueba de Chiquinquirá, el cacique Nencatacoa de Nemocón y el cacique Cuchavira de Guachetá. Estos cuatro caciques se abstuvieron de aplaudir y se miraron entre sí con una mezcla de temor y odio. Ellos sabían que el código del jaguar era una amenaza para sus intereses y sus ambiciones.
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