☕️ Capitulo 1: El sueño

Nemequene se despertó sobresaltado, con el corazón latiendo a toda velocidad. Había tenido un sueño extraño y perturbador, que no podía sacarse de la cabeza. Se levantó de su cama de paja y se dirigió al rincón donde guardaba sus armas y su vestimenta de guerrero. Se puso su túnica de algodón, su collar de oro y su tocado de plumas. Tomó su arco, sus flechas y su macana, y salió de su choza.

El sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte, tiñendo el cielo de naranja y rosa. Nemequene respiró el aire fresco y se dirigió al río que corría cerca de su aldea. Allí se lavó la cara y las manos, tratando de despejar su mente. Pero el sueño seguía atormentándolo.

En el sueño, él estaba en una gran llanura verde, rodeada de montañas nevadas. Allí se encontró con un hombre blanco, que tenía la barba larga y negra, y llevaba una armadura brillante y un casco con plumas. El hombre blanco le sonrió y le tendió una espada de oro, que relucía con el sol.

- Toma, esta es para ti -le dijo el hombre blanco-. Es la espada del destino, la que te hará rey de tu pueblo.

Nemequene se sintió tentado por la oferta, y tomó la espada con ambas manos. Sintió un calor extraño en sus dedos, y una sensación de poder en su pecho. Levantó la espada hacia el cielo, y se sintió invencible.

- Gracias, señor -le dijo a el hombre blanco-. ¿Quién eres tú, y cómo sabes mi nombre?

- Yo soy tu destino, Nemequene -le respondió el hombre blanco-. Y pronto llegaré a tu tierra, con mis hombres y mis barcos. Venimos a traerte la luz de Dios, y el oro de El Dorado.

Nemequene se sorprendió al escuchar esas palabras. No entendía qué era Dios, ni qué era El Dorado. Pero algo le decía que el hombre blanco no era de fiar.

- ¿Qué quieres decir con eso? -le preguntó Nemequene, con recelo.

- Lo sabrás a su tiempo, Nemequene -le dijo el hombre blanco, con una sonrisa maliciosa-. Pero ahora, mira tu espada. ¿No ves lo que hay en ella?

Nemequene bajó la vista hacia la espada de oro, y se horrorizó al ver lo que había en ella. La espada estaba manchada de sangre, una sangre roja y espesa, que goteaba por el filo. Y en la sangre, se reflejaban los rostros de sus seres queridos: su padre, su madre, su hermano, su cacique, su amada...

- ¿Qué has hecho? -gritó Nemequene, soltando la espada-. ¡Has matado a mi pueblo!

- No, Nemequene -le dijo el hombre blanco-. Tú los has matado. Tú has elegido la espada del destino, y con ella has sellado tu destino. Y el destino de tu pueblo es morir.

Nemequene se sintió abrumado por el dolor y la culpa. Quiso llorar, pero no pudo. Quiso gritar, pero no pudo. Quiso despertar, pero no pudo.

- No puede ser -murmuró Nemequene-. Esto es solo un sueño.

- No, Nemequene -le dijo el hombre blanco-. Esto es una profecía. Y se cumplirá muy pronto.

Y entonces, el hombre blanco se echó a reír, una risa cruel y burlona, que resonó en los oídos de Nemequene como un trueno.

Y Nemequene se despertó.



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