☕️ capitulo 4 La revelación

Adrien y Juliette viajaron toda la noche, sin detenerse ni un momento. Querían alejarse lo más posible del palacio del conde de Montmorency, y llegar a la frontera con Italia. Allí esperaban encontrar un refugio seguro, donde nadie los pudiera molestar.

- ¿Estás cansada, mi amor? -le preguntó Adrien a Juliette.

- Un poco, pero no me importa -respondió ella-. Estoy feliz de estar contigo.

- Yo también estoy feliz, Juliette. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

- Y tú eres lo único que me importa en este mundo.

Adrien y Juliette se besaron, y se miraron con ternura. Se sentían afortunados de haberse encontrado, y de haberse amado.

Pero su felicidad no duraría mucho. El conde de Montmorency y sus hombres los seguían de cerca, siguiendo las huellas del carruaje. El conde estaba decidido a darles alcance, y a hacerles pagar por su fuga.

- ¿Los ves? -le preguntó el conde a uno de sus hombres.

- Sí, señor. Están ahí, al final del camino. No están muy lejos.

- Bien. Aceleremos el paso. No podemos dejar que se nos escapen.

El conde y sus hombres espolearon a sus caballos, y se acercaron cada vez más al carruaje de los amantes.

Adrien y Juliette no se dieron cuenta de que los perseguían, hasta que oyeron el sonido de los cascos y los gritos de los hombres.

- ¡Adrien! ¡Mira! ¡Son ellos! ¡Son los hombres del conde! -exclamó Juliette, asustada.

- ¡Dios mío! ¡Nos han encontrado! -dijo Adrien, alarmado.

- ¿Qué vamos a hacer? -preguntó Juliette.

- No te preocupes, Juliette. No les dejaremos que nos atrapen. Vamos a escapar.

Adrien azotó al caballo con más fuerza, y trató de aumentar la velocidad del carruaje. Pero el carruaje era pesado y viejo, y no podía competir con los caballos ligeros y rápidos de los perseguidores.

El conde y sus hombres ganaron terreno, y pronto estuvieron a pocos metros del carruaje.

- ¡Alto! ¡Alto! ¡Ríndanse! -gritó el conde-. ¡No tienen escapatoria!

- ¡Nunca! ¡Nunca nos rendiremos! -gritó Adrien-. ¡Preferimos morir antes que separarnos!

- ¡Pues morirán, entonces! -gritó el conde-. ¡Y morirán sabiendo la verdad!

El conde sacó la carta secreta del duque de Valois de su bolsillo, y la agitó en el aire.

- ¿Ven esto? ¿Saben lo que es? -preguntó el conde-. Es la carta que les escribió su padre antes de morir. Su padre común. El duque de Valois.

Adrien y Juliette se quedaron paralizados al oír esas palabras. No podían creer lo que estaban oyendo.

- ¿Qué... qué dice? -balbuceó Adrien.

- Dice que ustedes son hermanos, hijos del mismo padre. El duque Valois tuvo una aventura con la madre de Adrien antes de casarse con la madre de Juliette. Que él nunca les dijo nada, pero que les pidió perdón en esta carta. Que les rogó que se perdonaran entre ustedes, y que fueran felices.

El conde lanzó la carta al aire, y se burló de ellos.

- ¿Qué les parece? ¿No es una bonita historia? ¿No es un hermoso final para su amor?

Adrien y Juliette sintieron un golpe en el pecho, como si les hubieran arrancado el corazón. Se miraron a los ojos, y vieron el horror reflejado en ellos.

- No... no puede ser... no puede ser verdad... -murmuró Juliette.

- Tiene que ser una mentira... una mentira cruel... -dijo Adrien.

Pero en el fondo sabían que no era una mentira. Sabían que era la verdad. La terrible verdad que los condenaba.

El conde y sus hombres se acercaron al carruaje, y lo rodearon. El conde se dirigió a los amantes con una sonrisa malvada.

- Bueno, ¿qué van a hacer ahora? ¿Van a seguir huyendo? ¿Van a seguir amándose? ¿O van a aceptar su destino?

El conde les propuso un trato: si Juliette aceptaba casarse con él, perdonaría a Adrien y le dejaría marchar. Si no, los mataría a los dos.

Juliette accedió al trato, pero le pidió al conde que le dejara despedirse de Adrien. El conde aceptó, pero vigiló desde una ventana. Juliette abrazó a Adrien y le susurró al oído que lo amaba y que prefería morir con él que vivir sin él. Luego, sacó un puñal que llevaba escondido y se lo clavó en el corazón. Adrien murió al instante, y Juliette se quitó el puñal y se lo clavó a sí misma. El conde entró en el carruaje y vio los cuerpos sin vida de los amantes. Se quedó sin palabras, y sintió un vacío en el alma.

FIN

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