☕️ Capitulo 1 El encuentro

Adrien se ajustó el sombrero y el abrigo, y salió de su pequeño estudio en el barrio de Montmartre. El frío viento de invierno le azotó el rostro, pero no le importó. Estaba emocionado por su nuevo encargo: retratar a la prometida del conde de Montmorency, uno de los hombres más ricos e influyentes de Francia. Adrien había oído hablar de la belleza y la gracia de la dama, pero nunca la había visto en persona. Se preguntaba cómo sería, y si sería capaz de captar su esencia en el lienzo.

Adrien caminó por las calles de París, admirando la arquitectura y el ambiente de la ciudad. A pesar de la opresión del Antiguo Régimen, París era un centro de cultura y arte, donde florecían los pintores, los escritores, los músicos y los filósofos. Adrien se sentía orgulloso de ser parte de ese movimiento, y soñaba con hacerse un nombre en el mundo del arte.

Llegó al palacio del conde de Montmorency, situado en una de las zonas más lujosas de la ciudad. Un criado le abrió la puerta y le condujo hasta el salón donde le esperaba el conde. Adrien se inclinó ante él y le saludó con respeto.

- Buenas tardes, señor conde. Soy Adrien Leblanc, el pintor que ha solicitado su servicio.

- Buenas tardes, señor Leblanc. Le agradezco que haya aceptado mi encargo. He visto algunos de sus trabajos y me han impresionado. Tiene usted un gran talento.

- Muchas gracias, señor conde. Es un honor para mí retratar a su prometida.

- Mi prometida es una mujer excepcional. Se llama Juliette de Valois, y es la hija del difunto duque de Valois, uno de mis mejores amigos. Es una joven hermosa, inteligente y educada, digna de ser mi esposa.

- Me alegro mucho por usted, señor conde. ¿Dónde está ella?

- Está en su habitación, preparándose para recibirle. Voy a avisarle de que ha llegado usted. Por favor, espéreme aquí.

El conde salió del salón y dejó a Adrien solo. Adrien aprovechó para observar el lugar. El salón era amplio y elegante, decorado con muebles finos, tapices, cuadros y esculturas. Adrien reconoció algunas obras maestras de artistas famosos, como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel o Rubens. Se sintió intimidado por tanta riqueza y poder.

Poco después, el conde volvió al salón, acompañado por una joven dama que hizo que Adrien se quedara sin aliento. Era Juliette de Valois, la prometida del conde. Era una mujer hermosa, como había dicho el conde, pero también tenía algo más: una luz en los ojos, una sonrisa en los labios, una expresión en el rostro que revelaban una personalidad dulce y vivaz. Adrien sintió una extraña sensación en el pecho al mirarla.

- Juliette, te presento al señor Leblanc, el pintor que va a retratarte.

- Encantada de conocerle, señor Leblanc.

- El placer es mío, señorita de Valois.

Juliette le tendió la mano a Adrien, y él se la besó con delicadeza. Al hacerlo, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo.

- Bueno, vamos al estudio donde va a realizar el retrato -dijo el conde-. Síganme.

El conde les guió hasta una habitación contigua al salón, donde había un caballete, un lienzo, unos pinceles y unas pinturas. Adrien colocó sus cosas junto al caballete y se preparó para empezar a pintar.

- Juliette, siéntate en ese sillón -dijo el conde-. Y tú, Leblanc, haz tu trabajo lo mejor que puedas.

- Así lo haré, señor conde -respondió Adrien.

El conde se sentó en un sofá y observó el proceso. Adrien le pidió a Juliette que adoptara una pose natural y que lo mirara fijamente. Juliette obedeció, y clavó sus ojos en los de Adrien. Adrien se sintió hipnotizado por su mirada, y empezó a trazar las líneas de su rostro con el lápiz.


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